问答题
Aprendiendo modales en el supermercado
Hace algunos días, una amiga mía estaba haciendo cola delante de la caja de un supermercado. Era una hora punta y había mucha gente. Cuando llegó su turno, mi amiga, que ya había vaciado su cesta sobre la cinta, dijo: "Buenas tardes". La cajera, una chica de aspecto andino, levantó sobresaltada la cabeza. "Ay, se
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ora, perdone, buenas tardes", dijo con su suave acento ecuatoriano: "Es que una termina perdiendo los modales". Y, mientras cobraba, le contó a mi amiga que llevaba cinco a
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os en Espa
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a y que, cuando llegó, se le habían saltado las lágrimas en más de una ocasión por la rudeza del trato de la gente: no pedían las cosas por favor, no daban las gracias, a menudo ni contestaban sus saludos. "Al principio pensaba que estaban enfadados conmigo, pero luego ya vi que eran así".
De todos es sabido que el espa
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ol tiene modales de bárbaro. Aún peor: consideramos nuestra grosería un rasgo idiosincrásico y hasta nos enorgullecemos de ella. "Somos ásperos pero auténticos", he oído decir en más de una ocasión. Y también: "Es mejor ser así que andarse con esas pamemas (做作) hipócritas de otros pueblos". Y por pamemas hipócritas nos estamos refiriendo naturalmente a la buena educación.
Resulta sorprendente que nos hayamos convertido en un pueblo tan áspero, porque, en mi infancia, a los ni
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os se nos ense
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aba todavía a saludar, a ceder el asiento en el autobús alas embarazadas, entre otras cosas. Hoy todos esos usos corteses que las sociedades fueron construyendo a lo largo de los siglos parecen haber desaparecido en Espa
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a, barridos por el vertiginoso desarrollo económico y una modernización de las costumbres. En realidad, los buenos modales no son sino el respeto y la ayuda mutua. Alguien cortés es alguien capaz de ponerse en el lugar del otro.
Dentro de esta situación de mala educación, las nuevas generaciones se hacen tan maleducados como nosotros. Pero, por fortuna, la cosa está mejorando. En los últimos a
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os, muchos de los trabajos que se realizan de cara al público, como las dependientes en una tienda, han sido cubiertos por gente de origen latinoamericano. Amables y educados, esas personas siguen insistiendo en dar los buenos días y en pedir las cosas por favor. Las colas de los supermercados, con sus amables empleadas, se han convertido en cursillos intensivos de educación cívica. Quizá los emigrantes consigan volver a civilizarnos.
Rosa Montero, El País Semanal, N° 1721, 20 de septiembre de 2009